Puede que el inicio de tu historia no haya sido feliz pero no determina quién eres

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domingo, 6 de septiembre de 2009

La adopción, un acto de valor que acarrea dudas, miedos y prejuicios

Rompieron en llanto la misma noche que recibieron la noticia de que una joven pobre estaba embarazada y quería dar a su bebé. Al otro día, la mujer tenía dolores y los aplastó la angustia. Consiguieron su teléfono y la llamaron. La chica aceptó hacerse los estudios médicos de rigor y el resultado fue que nacería una nena al mes siguiente. Hasta entonces, la madre biológica nunca había ido a la consulta, no sabía cuántos meses de embarazo llevaba, ni se lo había contado a nadie de su familia. Sin embargo, les llevó alivio con su promesa de darles su hija, para quien inmediatamente eligieron un nombre.
Esta es la historia de una pareja que, tras variados tratamientos infructuosos para revertir la infertilidad, optaron por la adopción. Y, desde hace un año y siete meses, acarician la felicidad junto con su pequeña hija del corazón.
Abiertos y sensibles contaron el camino que transitaron desde el calvario a la gloria. Pero ante la inseguridad que les genera el inconcluso trámite legal de adopción, pidieron la reserva de sus identidades. Les llamaremos Juan (41) y Ana (38). Y a la pequeñita flor de esa nueva familia, Clarita.
“Recibirla a ella fue muy fuerte. Tenemos un álbum desde la 3D, cuando estaba en la panza, y fotos en la clínica”, contó esta mamá que recién ahora logra dejarla en el jardín sin llorar. Y agregó: “Me aferré mucho a ella, estuve siete meses con ella todo el tiempo. Logramos un lazo muy fuerte. Es re-pegota”.
Ana arregló un bolso con ropas para que usara la donante a la hora del parto. Y aceleraron las cuestiones legales, prepararon la casa con vistas a la incorporación de la nueva integrante y, tras varios días, se animaron a contarles a sus familiares y amigos.
Pero nada serían sencillo. La alegría de tenerla en los brazos ni bien fue dada a luz se apagó cuando se enteraron de que uno de sus pulmones fue lesionado al momento de la aspiración, lo cual le valió permanecer en terapia intensiva durante 15 días.
Mientras tanto, Ana cuidó a la madre biológica mientras estuvo internada, tras la cesárea. Y después del alta, Juan la acompañó al Registro Civil, donde dejaron constancia de la tenencia. En paralelo, debieron salir a buscar dinero prestado para afrontar los 600 pesos diarios que les costaba la internación de su hija, que aún no tenía la cobertura de la obra social de su papá adoptivo.
“La chica se apoyó mucho en nosotros, porque estaba sola. Ocultó su embarazo poniéndose una campera grande. Y el día que se internó les dijo a sus otras hijas que se iba de viaje”, contó Ana. Y su esposo agregó: “Ella fue muy valiente, porque prefirió que la nena estuviera en manos de una familia. Pudo haber hecho cualquier otra cosa peor”.
“Su mundo es muy distinto. Por ejemplo, para el documento tuve que ir cinco veces al Registro. Necesitaba que ella firmara, nos poníamos de acuerdo, esperaba toda la mañana y ella no llegaba. Ella quería cortar y no saber más nada. Deseaba terminar esto, había dado vuelta la página. Pero nosotros lo necesitábamos, para tener la documentación”, indicó.
Ana recordó cómo le contó a su familia: “Un sábado le llamé a mi papá y le dije ‘vas a ser abuelo’. Él se quedó mudo. Después hablé con mi hermano y no paraba de llorar. Mi mamá me dijo que había sido muy grande la sorpresa. Yo tenía miedo con mi papá, porque jamás me hizo ningún comentario cuando yo decía que quería adoptar. No sabía cómo iba a reaccionar. Pero mi viejo está fascinado”.
Y sobre los nervios del nacimiento, dijo: “Hubo que preparar las cosas de la beba, esperar que naciera sana y que todo saliera bien. Después fue muy feo, porque ella estuvo internada y mal”.
Juan siguió: “Recibimos mucho apoyo de la familia. Todos lo tomaron con naturalidad. Sin embargo, hemos tenido mucha ansiedad. Pero, después, la sola presencia de la nena empieza a tapar todo lo feo. Por ahí te agarra el apuro por terminar los trámites. Pero con ella es todo lindo, todo nuevo”.
Estos papás ya le empezaron a revelar su condición de adoptiva a la nena. “Nos parece un horror eso que se hacía antes de ocultar las cosas y criarlos sin su verdadera identidad. Por eso, vamos charlando. Uno trata de hacerlo de manera natural”, dijo Juan. Y su esposa agregó: “Somos abiertos con ella. Queremos que sepa todo. Incluso si decide conocer a alguien, cuando sea mayor de edad, yo estoy dispuesta a acompañarla. Aunque no me gustaría demasiado vínculo, porque ella tiene otra familia ahora. Pero si ella lo quiere, yo estoy dispuesta a ayudarla”.

Ana quiere iniciar una terapia psicológica que le ayude a prepararse para las preguntas que pueda hacer Clarita. Lo piensa hacer con una profesional que también es madre adoptiva.

Temor a que no los quieran y que prefieran volver con su familia de sangre

La licenciada en psicología Cecilia Medina señaló que hay que acompañar a los hijos en su dolor por saberse adoptivos, crearles un hilo conductor en los acontecimientos vividos y ayudarlos para que logren interpretaciones ajustadas sobre su familia biológica. Destacó: “Los padres adoptivos tienen mucho miedo de que los chicos quieran buscar a su familia biológica y que la prefieran. Ese es un temor clásico y una fantasía. O que la familia donante se arrepienta y vuelva a buscar a los hijos. Si bien están amparados por la ley, suelen persistir en esa duda”.
“Otra cuestión que se les suele presentar como traumática es cómo empezar a contarles el tema de la adopción. Temen que haya rechazo por parte de los chicos y de los compañeros de la escuela y la sociedad”, agregó.
Esta psicóloga de la Clínica de la Familia afirmó: “Los papás les tienen que contar desde el primer día. De a poquito, en el lenguaje que ellos vayan entendiendo. Lo ideal es hacer un álbum de fotos desde el día en que fue adoptado el niño. Cuando lo fueron a buscar, ya sea en el hospital o en una casa o un hogar, para que vea cómo estaba vestidito, cómo lo esperaron. Así los chicos van teniendo su historia. Debe ser algo natural. Lo mejor es que el chico crezca sabiendo y que pueda ir preguntando. Y, a medida que va creciendo, se les va dando más datos”.
Según Medina, no hay que esperar hasta que pregunte. Ya a los dos años se le puede ir diciendo que no estuvo en la panza de la mamá, sino en otra. Pero que fue buscado y que los papás eligieron tenerlo. Y que la otra persona que no pudo tenerlo buscó lo mejor para él.
La profesional explicó: “Decirle al chico que no estuvo en la panza de la mamá le genera una serie de fantasías. Hay algunos que son mucho más introvertidos y arman todas sus fantasías de acuerdo con la edad que tienen. A veces sus teorías son erróneas; por ejemplo, que lo raptaron en vez de que lo adoptaron, o que la familia biológica no lo quería y lo dejó en un tacho de basura, todas ideas que son peores que la realidad”.
Si bien dijo que depende de cómo es la familia biológica y a qué edad se adoptó el niño, consideró que “lo más conveniente cuando se trata de un bebé es que no haya contacto con la familia de sangre, para que la nueva familia que se constituye a partir de la adopción se pueda consolidar”. En cambio, “si se trata de un niño de cinco o más años no se pueden cortar los lazos afectivos que él tenía, porque ya tiene registro de su familia”. Aunque, aclaró: “Hay casos de familias a las que les han retirado los niños por maltratos, ahí nos es positivo el vínculo”.
Y remarcó: “El hijo no se define por si comparte o no el mismo ADN, sino por los lazos. Eso hace que se estreche la familia. Cuando sigue estando la familia biológica da lugar a confusiones: hay dos mamás, varios abuelos. Es difícil para el chico y para la familia adoptiva”.

“Cuando hay lazos de amor es muy difícil que el chico sienta rechazo por saber que no es hijo de la panza, porque es hijo del afecto, de la vida”, enfatizó.

Es normal que tengan curiosidad

Cecilia Medina señaló: “Siempre aparece en la terapia el tema de cuándo y cómo le cuento. Cómo se lo digo a los otros. Porque una cosa es la familia y la gente más cercana, pero otra es el jardín, cuando ya empieza a formar parte de sistemas más amplios. También hay temor a que se los discrimine o que pasen un mal rato y no estar para protegerlos”.
“Otro temor está vinculado con que los chicos por ley pueden consultar su legajo y ver quién es su familia biológica. La pregunta es qué hago cuando empiece a preguntar y quiera ir buscarlos. La respuesta es que vayan y los acompañen. Hay que decirles que tienen ese derecho, pero que deben esperar hasta la mayoría de edad. Es normal que tengan curiosidad. No hay que hacerles sentir que es algo extraño o que si lo hacen es porque no quieren a los padres adoptivos. Nunca decirles que los han cuidado o querido cuando la mamá no los quiso. No es que yo soy tu mamá y la otra no, porque no estuvo con vos. Porque si no el chico va a sentir que al averiguar su historia los traiciona. Y, en realidad forma parte de su vida, es su historia”.
“Hay que plantear un espacio de confianza, en el que todo se puede decir. El chico debe saber que puede enojarse sin que pase nada. Que lo van a seguir queriendo por más que él desee saber sobre su adopción. Necesita la seguridad de que el papá y la mamá van a seguir estando siempre con él”, remarcó.

Sobre el trabajo en el consultorio, la psicóloga dijo: “Yo sigo una teoría breve, planteada por objetivos. Uno puede ser lograr hablar de la adopción. Eso se desarrolla en 15 o 20 sesiones, de una hora por semana. La idea es que de ahí saquen herramientas para otras problemáticas. Lo más probable es que al resto lo resuelvan solos”.

Talleres de padres

Prevén armar talleres para la gente que está en espera, para la que ha adoptado, tanto bebés, como nenes más grandes, y para quienes quieren adoptar siendo solteros. “El no sentir que a uno solo le está pasando es una de las cosas más terapéuticas, porque el sujeto deja de sentirse raro y ve cómo el resto ha ido solucionando los problemas”, indicó Medina.

Y agregó: “Será un lugar en el que se los podrá orientar. Si hay papás a los que ya les ha tocado vivir una situación particular, su relato servirá para que el resto pierda los miedos”.

“Fui doblemente bendecida”

Marisa Moyano es la mamá de Nicolás (11) y Juan Manuel (1). Considera que fue “doblemente bendecida”, por haber recibido a los nenes en adopción, y admite que la suya “es una familia diferente”.
“Se trata de darles la mayor felicidad del mundo, pero hay algunos dolores que no se les pueden evitar. El día que Nicolás se dio cuenta, a los cuatro años, que la diferencia pasaba por el hecho de que él no había estado enmi panza, lloró mucho. Pero, era su realidad y nosotros llorábamos más que él. Fue inevitable. Así como nosotros crecemos como padres adoptivos, él también lo tiene que hacer como hijo adoptivo. Es duro, pero es así”, puntualizó.
Sin embargo, cree haber atravesado con holgura las inquietudes del más grande de sus hijos, que ya le hizo varias de las preguntas que habitualmente desencajan a los padres adoptivos. “No tuvimos miedos, supongo que es por cómo encaramos la comunicación y la identidad de una familia que iba a conformarse de otro modo”.
“Al Nico empezamos a contarle su historia cuando todavía no sabía hablar. De bebé, le dijimos cuánto lo habíamos deseado y esperado, cómo llegó y dónde estuvo. Quisimos ir construyendo su historia y eso nos permitió ir elaborando un discurso para cuando entendiera. Nos quitó los miedos a la palabra, a la verdad. Después, fluye naturalmente la posibilidad de seguir hablando. Acá no es un tabú, no lo fue nunca”, dijo la docente universitaria. Y agregó: “Eso permitió que él empezara a preguntar. El nene busca explicarse por qué”.
Con su esposo al lado, la mujer eligió una anécdota para ilustrar el proceso: “Un día viene el Nico, cuando hablaba a media lengua, yo estaba sentada a la computadora y me dice ´mamá, ¿a mí quién me amó?´. Entonces, yo le dije: a vos no te amaron, te amamos. Te ama el abuelo, la abuela, el papá, la mamá, te amamos todos. Y me dice ‘ahh, pero yo te pregunto quién me puso los brazos, las piernas, la cabeza´. Me estaba preguntando ‘quién me armó’. Y yo le dije a vos te armó Dios, a mí también. Entonces, él fue al jardín al otro día y les dijo a los chicos ´a ustedes los armó su papá y su mamá, a mí me armó Dios´. Cuando me contó, me di cuenta de que tenía que volver atrás con la explicación. Y decirle que en realidad a él lo habían armado, en el sentido que él le asignaba a armar, otro señor y otra señora. Así que volvimos a fojas cero y se le empezó a explicar de nuevo toda la cuestión de que no estuvo en mi panza y todo eso…”
También contó otro tramo de las conversaciones con las que crió al niño: “Grandes problemas habrá tenido tu mamá para no poder cuidarte y, por eso, ella debe haber sido tan buena y te debe haber querido tanto que debe haber pensado que ibas a estar mejor con otra familia que pudiese criarte”.
“La pregunta siguiente, al tiempo, fue qué problema habrá tenido. Opté por no inventar y le dije ‘no lo sé, pero que el problema debió haber sido muy importante, porque mirá que vos sos un chico tan hermoso…’ Él elaboró hipótesis y fue preguntando. Dijo cosas como ´habrá sido muy vieja´. Y la respuesta fue no, porque la gente vieja no puede tener hijos. Otra vez dijo ´no habrá tenido novio; en cambio, vos te pusiste de novia con papá, entonces papá, mamá y yo éramos una familia…´. A sus hipótesis las fuimos confirmando, mejorando, hasta que llegó la pregunta más compleja sobre si yo la conocía a su mamá. Y yo le dije que no. Me preguntó si estaba viva y yo le dije que presuponía que sí, pero no sabía, porque en realidad esos datos quedan para él, a través del Juzgado, para cuando tenga 18 años. Después vino la siguiente, que fue inmediata, y fue: ´Si yo la quiero ver alguna vez, ¿puedo?´. Esto fue a los 8 años. Y yo le dije que sí. Y, ahí no más, me preguntó si lo iba a acompañar, porque él no se animaba. Y yo le dije que sí. Y él me abrazó y me dijo que era la mejor mamá del mundo”, relató Moyano, visiblemente emocionada.
Hace un año, Marisa y su esposo -esta vez con Nicolás- revivieron la alegría de la espera y la emoción de ver agrandarse la familia. Juntos fueron al hogar de la recientemente desaparecida Susana Olmos a buscar al más chico del grupo: Juanito.
“Con el segundo pensamos que va a ser más fácil. El ya no es el único diferente. Esta familia es diferente. Va ser tan importante la información que le demos nosotros, como la que le dé el hermano, que le lleva diez años. Va a tener dos versiones del mismo hecho”, señaló la mamá.
Moyano cree que fue mejor no haber tenido ninguna referencia de las madres biológicas de sus hijos. “Si yo hubiera tenido contacto con la mamá de alguno, me hubiera esforzado para que se lo quedara. Yo no le podría haber dicho al Nico que no la conocía a su mamá, que no sé nada de ella. No le podría haber ocultado cosas”.
“No nací sabiendo. Nunca hice terapia después de que me dieron el primer nene. La habíamos hecho antes, con lo cual llegamos mejor preparados”.

A Nico lo recibió el 9 de febrero de hace 11 años, con dos meses y seis días. Y a Juanito, con 45 días. Sobre el más chico, comentó: “Nos anotamos el primer día que se creó el Registro Único de Adopción. Fuimos a las 9 de la mañana y ya nos dieron el número 14. Y eso implicó esperar seis años y medio”.

Fuente:http://www.puntal.com.ar/notiPortal.php?id=22148

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